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las cosas inmediatamente de Dios, y para habituarte a ello, vive persuadido de estas dos verdades: La pri– mera es, que no nos acontece jamás cosa alguna sin expresa permisión de Dios, porque no cae una hoja del árbol sin la divina voluntad. La oira, que todo aquello que Dios permite nos suceda, es así, por el amor gran– dísimo que nos tiene, y únicamente por nuestro bien, si correspondemos a sus designios. PRACTICA De sentimientos. Rindo gracias a vuestra infinita bondad, Dios mío, por la amargura que habéis esparcido en las cosas de este mundo. Y si me causa fatiga, el apartar mi corazón de lo que hallo lleno de amargura; ¿qué seria si hallase dulcedumbres? Es imposible que yo ame de veras a Dios, mientras tuviere apego a cualquiera lugar, persona o cosa criada, ni aun a mí mísmo. Cuando busco alguna satisfacción mía, soy propietario de mí mismo e inficiono todo el amor de Dios con el veneno de mi amor propio. Este amor propio hállase tan arraigado y difundido en mí, que por todas partes se manifiesta, aun en las cosas más santas; pero estoy resuelto a combatirlo para dejar el campo líbre al amor de Dios. No me manda Dios que le ame con una sola parte de mí mismo, sino con toda el alma, con todo el cuerpo, y con todas las fuerzas. Quien dice todo, nada reserva, ¡Oh, si yo supiese cuánto des¡¡1grado a Dios cuando

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