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tas lágrimas, de tantos trabajos, de tantos dolores, de tanta sangre, y de una tan ignominiosa muerte? Ni tu padre, ni tu madre, ni alguno de tus más caros y fieles amigos habrían pensado jamás hacer tanto por ti. Es verdad que El padeció y murió generalmente por todos; pero sufrió sin embargo de tal suerte los tor– mentos, y la muerte por ti en particular, como si en todo el mundo no hubiese otro pecador que tú; de donde debes decir con el Apóstol: Me amó .tJ se en– tregó a si mismo por ml(l). Por mí, por mi amor se dejó Jesús cargar de azotes, coronar de espinas y en• clavar en la cruz. ¡Oh Santísimo Jesús! Yo no puedo ya dudar más de vuestro amor, pues le veo en las aberturas de vuestro corazón. Aunque yo sea el más malvado de los hom• bres, conozco y comprendo lo mucho que Vos me habéis amado, y me amáis todavía; y que yo estoy más obli· gado que todos a amaros. Me pesa, Salvador mío, de no haberos amado hasta ahora. Sé que llego tarde a deciros que quiero amaros, pero más vale tarde que nunca. Aquí pues estoy, Sefíor, y os consagro todo mi corazón. Nada amaré como a Jesús~ ninguna cosa amaré sino por Jesús. Considera qué quiere decir amar a Jesús. Este amor no consiste sólo en lágrimas, ternezas y suspiros, sino en acordarse muy a menudo de E!, hablar gustoso de Jesús, y obrar sólo por El. Consiste en preferir su vo– luntad a la nuestra, en imitar las virtudes y sufrimien• (r) Dile:rit me, et tradidit semetips11m pro me. (Ad Ga– lat., 2-20.)

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