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249 santos. Debes también amarle por la hermosura del alma, que es la más perfecta de cuantas fueron criadas, o Dios pueda criar; ella es el tesoro de todas las gra– cias, de todas las virtudes, de todas las más dignas cualidades divinas y humanas. Un hombre más sabio que Jesús, más benigno, más dulce, o en manera alguna más perfecto que El, no puede imaginarse. Y si un bello rostro, o un excelente espíritu hace tanta impre– sión en tu corazón, ¿cuál no deberá hacer Jesucristo? Jesús dejó el cielo y la compañia de los ángeles y tomó tu figura de hombre, tomando también tus mismas miserias, para ser amado de ti, como más semejante tuyo. El es tu padre, tu hermano, tu esposo, tu amigo, tu rey, tu todo. ¿Mereces tú, alma mía, tener corazón, si no amas un objeto tan amable? Si yo tuviese un millón de corazones debería a razón de mérito consa– grarlos todos a Jesús, sin excepción o reserva; uno solo tengo, pequefío, pequefíísimo. ¿Osaré dividirlo entre las criaturas, dejándole a Jesús una mínima parte? ¡Ex– comulgado sea quien no ama a Jesús! Quiero amaros, Jesús mío, y si no puedo cuanto Vos merecéis, quiero amaros a lo menos cuanto sé y cuanto puedo.. Mas yo por mí nada valgo; ayudadme Vos, y concededme vues• tro amor. PUNTO 11 También debes amar a Jesucristo, porque El te ama infinitamente. ¿Lo dudas por desdicha? Considéralo en los treinta y tres afíos de su vida, desde el pesebre al Calvario; ¿podía El por tu amor hacer más que procu• rarte la vida eterna, a costa de tantos suspiros, de tan•

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