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luego lo que se siente; y una palabra de mayor elogio no importa; pero sobre las cosas que juzgamos vitupe– rables se debe mostrar primero cierta repugnancia, si son confidenciales y secretas, y dar su parecer después con una sinceridad que sea circunspecta para no decir más de lo que se debe. Pregúntame uno mi parecer en orden a cierta operación suya. Si en verdad de con· ciencia yo conozco que la acción no es buena, debo decirle claro y limpio, que no me agrada: y en el decir esta verdad, no hay duda que puedo hacerme odioso; pero no importa. Debo consolarme con que la verdad se m~ ha preguntado, y yo la he dicho a gloria de Dios. Gozo al pensar que estoy en tal concepto, que cuando alguno me pregunta lo que siento, ha de estar tan dis– puesto a oír la verdad cuanto yo soy sincero en de– cirla. MEDITACION II Sobre los motivos de amar a Nuestro Señor Jesucristo. PUNTO I Figúrate a Jesucristo bien nuestro, el más hermoso de todos los hombres, el más grande de todos los reyes, el más amoroso de todos los padres, el cual te ruega que le ames. ¿Es que no lo merece? Tú debes amarle por la hermosura de su cuerpo, que por ser obra del Espíritu Santo, es el más hermoso de todos los cuerpos, y será en la gloria la felicidad corporal de todos los
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