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247 reses, ni por arrimarnos a nuestra opinión, ni por am– bición de ser o parecer hombre sincero, sino por amor de la verdad, que es el fundamento inmutable de nues– tra fe; y por imitar al Dios que adoramos, incapaz de mentir ni engaflar, y por mantener la unión y buena inteligencia con nuestros prójimos, y por sostener tam– bién el honor y decoro de nuestro estado; pues con ficciones y mentiras se viene a perder et crédito y uno se hace odioso a todos, no habiendo alguno que guste de ser engaflado. Acostumbrémonos, pUe$, a no decir jamás mentira de propósito, ni por excusa, ni por otro motivo, por grande que sea, acordándonos que nuestro Dios es el Dios de la· verdad. Y si tal vez por descuido dijéramos algo contrario a verdad, corrijámonos al instante, o con alguna explicación, .o desdiciéndose. Amemos la can– didez e ingenuidad, no diciendo ni haciendo jamás cosa que no se conforme con el interior. Ciertas ocasiones se ofrecen, en las cuales no estamos obligados a reve– lar el secreto de nuestra mente o de nuestro corazón, y entonces es obligación de fidelidad o .de prudencia el callar la verdad; pero no se dará caso alguno en que sea lícito faltar a la verdad mintiendo. Es necesario que la sinceridad vaya siempre acompaflada de mucha circunspección; pues aunque debemos ser siempre sin– ceros al hablar, no siempre es necesario hablar; y una sinceridad fuera de tiempo; acerca de ciertas cosas que deben callarse, es una falta de honradez, de caridad, y de prudencia. Cuando se nos pregunta nuestro parecer sobre una cosa que se juzga digna de alabanza, se puede decir
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