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243 y en privado, en presencia de cualquiera. Nuestro Padre, en el capítulo tercero de la Regla, encomienda a sus Religiosos que sean modestos, mansos y humildes, honestamente hablen a todos, como conviene. Y con razón; porque manteniéndose en los Religiosos el de– coro, se mantiene también la Religión en su estimación. El Religioso es conocido en su porte; cuando en su aspecto sabe juntar cierta gravedad, que es afable; y cierta afabilidad, que es grave; y por el Religioso seco– r.oce igualmente su Religión que discretamente junta la austeridad con la dulzura; pero en la medida que te compele el honor de la Religión, debe impulsarte la modestia. Verdad es que las reglas de la modestia pa– recen muy fáciles por estar fundadas en cosas muy menudas; pero la experiencia las muestra muy difíciles; y por esto se necesita en la práctica mucho examen, y no poca atención para observarlas prácticamente, y habituarse a ellas. Es contrario a la modestia el hablar con voz muy alta, y al conversar tener las manos con mucho ademán de gesticular... No C:lejar decir.,. No dar tiempo para responder... Interrumpir con impaciencia los discursos de los otros... Contradecir descaradamente a quien habla ... Hacer el doctor en presencia de los mayores y ancianos... Ufanarse y a cada paso decir y repetir cosas de propia alab¡3nza .. , Tener siempre en el recreo la boca abierta para charlar de cosas vanas y ridículas .. . Mofar, motejar, burlarse, ya del uno y ya del otro ... Reír fuera de propósito y a carcajadas con boca des– compuesta,.. Hacer payasadas, bufonadas y dar que reír... Hacer del satírico, del crítico, para hallar y des-
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