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hecho que nacieses en país de infieles, y te ha hecho nacer en su Iglesia, Podía dejarte en las tinieblas del siglo, donde deja envueltos tantos otros, y te ha llama• do a la Religión con una abundancia de luces. Podía por tus pecados arrojarte al infierno, adonde ha precipitado tantos millares, menos pecadores que tú, y te ha sufrido, perdonado y privilegiado, sin que tuviese alguna nece· sidad de ti, ni esperase recompensa. No pueden cono– cerse, sino en una mínima parte, los beneficios que Dios te ha hecho y continuamente te hace: los conocerás en el día del juicio, y te pasmarás, de que un Dios haya tenido tanta providencia, tanta paciencia, y tanta soli– citud por ti. ¿Conoces ahora cuán digno de tu amor es Dios? Sí, alma mía, narra las misericordias y liberalidades con– feridas por el Sefíor. Pero, Dios de la Majestád, ¿quién soy yo, para que os acordaseis de mí de una manera tan especial? ¡Oh, cuán grande es la indignidad mía! ¡Oh, cuánto mayor vuestra bondad! ¿Y es posible que yo hasta ahora no os haya amado, y que no haya co– rrespondido a vuestros beneficios, sino con ingratitudes extremadas? ¡Ay de mi! Es una gran verdad que he hollado y deshonrado vuestras gracias, y al abismo de vuestras bondades he contrapuesto un abismo de ini– quidad; pero no más así: quiero amaros, Sefior, con toda mi alma, con todo mi corazón, con todas mis fuer– zas. Quiero amaros únicamente, ardientemente, cons– tantemente, obedeciendo en todo y por todo vuestra santa voluntad, tal como se me expresa en el Evange– lio, en la Regla, en las Constituciones y demás leyes de la Orden. Otras muchas veces he dicho, Dios mío,
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