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porción entre un rey y una hormiga, que entre Dios y todas sus criaturas. ¡Oh abismo de misericordia! Yo me pasmo y admiro más de mí en no amaros, que de Vos, Señor, en deja– ros amar. Alma mía, ¿de qué naturaleza es tu corazón, si no amas a un Dios tan amable? Si amas lo hermoso, ¿cómo es que no amas a aquel Dios, que no solamente es hermoso, sino que es la misma hermosura? Si amas el bien ¿cómo no amas aquel Dios que no solamente es bueno, sino que es la misma bondad? ¿Puedes decir no poder amarlo siendo así que te da su gracia, su espí– ritu, y por decirlo así, su corazón, para ayudarte a que le ames? ¡Oh Dios mio! Que crezca en mi tu gracia. Yo no te amo; pero deseo con todo eso amarte, porque eres infinitamente digno de ser amado. ¡Oh centro de todos los corazones y de todos los amores! Arrebatad mi corazón, y haced que desde ahora para siempre se encienda en mí vuestro amor. PUNTO H Además, considera que Dios te ha amado desde la eternidad, mira su amor benéfico contigo desde el pri– mer momento de tti vida, hasta ahora. ¿Cuántos bienes te ha hecho de naturaleza y gracia, en el cuerpo, y en el alma? Compárate con otras personas de este mundo. ¿Cuántos hay en él privados de vista, privados de habla y de oído, lisiados y estropeados de miembros? ¿Cuántos amentes e insensatos, que les falta el uso de la razón? ¿Por qué causa no eres tú contado entre ellos? Dios te ha favorecido. Este Dios podía haber
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