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dón más santa, que la predicación, cuyo objeto es la cónversión y salvación de las almas; mas con todo ni aun por la predicación debe omitirse la oración, estando obligados nosotros, según la ordenada caridad, a tener cuidado de nuestra alma, antes que de la de los otros. Es verdad, que el pensar en la predicación, es pensar en la eterna verdad; pero una cosa es pensar en ella para aplicarla a los otros, y otra cosa distinta el pensar en ella para aplicarla a nosotros mismos.. La medicina ayuda a quien la recibe, y no al que la suministra, y es cosa facilísima, que uno se apegue al mundo, al esfor– zarse por despegar de él a los demás. Y si aun por la predicación, en la cual se ejercita la virtud del celo, no se debe dejar la oración, ¿será licito dejarla por otros frívolos motivos? No omitamos jamás este santo ejercicio, y temamos el día que la dejemos, porque, ¿quién sabe, si en él nos acometará una tentación, y seremos víctimas de una infeliz caída, por esto sólo de no haber hecho oración? (1). MEDITACIÓN IV.-En la forma .tJa dicha. (1) Admirablemente, como de ordina,rio, trata nuestro Autor de la necesidad e importancia de la oración y dice en pocas p¡¡Jabras cuanto cabe decir sobre el particular; mas puesto que de bono 11,mnquam - satis, queremos añadir algunas consideraciones que serviráin como de marco al cuadro maravilloso que acaba de trazar la mano experta de este insigne maestro de espíritu. Es, la. primera que no se ha de amar la, oración por sí misma (por sí mismo sólo es amable Dios y su amor santo, la divina caridad) sino sólo como instrumento de la divina gracia y medio «1eccsario para llegar a la pei:fección. Con– vertir el medio en fin amando la oración por sí misma y ejercitándonos •en ella contra la voluntad de Dios es hacerla

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