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estado pecando allí en el huerto en su misma cara y presencia. No solamente vló todos estos pecados con el pensamiento; sino que se los aplicó todos como si hubiesen sido propios pecados suyos. Se consideró Jesús en el huerto, cargado de todas las soberbias, de todas las iras, envidias, avaricias, lujurias y de todas las maldades más enormes y abominables de todo el género humano. Y bajo ese mundo lleno de iniquidades, ¡cómo estaría aquel purísimo e inocentfsimo Corazón! Ese Corazón tan ardientemente enamorado de Dios, ¿cómo estaría ahogado con tantas ofensas a Dios? Como la uva queda estrujada en el lagar, de la misma suerte quedó tan oprimido su Corazón, que por la vehe• mencia del dolor, corrió la sangre por todas partes, y la ofreció toda a la Justicia divina en satisfacción de esos pecados. Entre ellos estaban representados también los míos: y cuán enorme su malicia, habiendo hecho agonizar y sudar sangre al mismo Hijo de Dios. Y si tuvo Su Majestad tanto dolor de los pecados que no eran suyos, ¿qué dolor debo yo tener de los que verdaderamente me pertenecen, pues fueron por mí mismo cometidos? ¡Oh, Dios mío! Dadme gracia de llorar mis culpas con lágrimas de verdadera contrición, y que no cese jamás, mientras viviere, de dolerme de ellas. Sé muy bien, que con todo~ mis esfuerzos no llegaré jamás a daros una digna satisf,icción; pero me consuelo en mi misma impotencia, y os ofrezco el corazón contrito y humi– llado de Jesús, os ofrezco los méritos de su preciosí– sima Sangre. l1

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