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174 no debemos nosotros decir que carece de importancia aquello, que, poco a poco, puede ser causa de que Dios nos abandone en el tiempo y en la eternidad. Amemos, pues, nuestras Constituciones, estimémoslas mucho, y propongamos inviolablemente observarlas, valiéndonos del aviso que nos da el Espíritu Santo: Sigue, hijo mío, la regla de tu Padre, y no olvides las leyes de tu Madre,- para que se añada gracia sobre tu cabeza (l); es decir, para que se te aumente en este mundo la gracia, y después en el otro la gloria perdu– rable (2). (r) A1tdi, fili mi, disciPlinam Patris titi, et 11-e dim,ittas legem 1vlatris tuae 1tt addatur grafía capiti tud. (Prov., r-8-9 ..) (2) La observancia regular de la cual aquí se habla, y es la única verdadera, abarca con vasta mirada y comprende perfectamente el conjunto y la totalidad ele la Regla, Cons– tituciones y demás leyes de la Orden; y aun más todavía, el espírítit s,eráfico, ele levantada perfección que en ellas se contiene. Yerran, pues, evidentemente, aquéllos que se tienen a sí propios como dechados ele observancia regular (y quiera Dios que, dando un paso más, no expidan more fariseorum patentes de relajación e inobservancia e111 favor ele todos aquellos que no participan ele su orgullosa ceguera); y todo es por la afición que demuestran a algunos ejercicios de pie– dad o austeridad seráfica que solamente c01{stituye11 una partecilla insigmificante de la observancia regular ; mientras que relegan al más completo olvido muchas, muchísimas otras cosas harto más transcendentales de esta misma obsen-ancia por ellos tan traída y llevada. ¿ Dónde está la verdad y sinceridad ele una observancia que ellos son los primeros en quebrantar mutilámlola horriblemente? Primer y principal
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