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por mi medio y en aquel modo y tiempo que la ocasión lo presenta; y sólo la verdadera obediencia ,me hará discernir todo esto, no admitiendo ningún compromiso, sin una total dependencia de mis Superiores. Los medios eficaces para el recogimiento interior, son el retiro y el silencio; y sobre todo el proponerse · por modelo la modestia y dulzura de Jesucristo. Los misterios de la vida oculta de Jesucristo des– cubren los misterios de mi soberbia, puesto que soy tan solícito en ciertas acciones de virtud, porque las acompafla algún esplendor, y tan negligente en el ejercicio de otras virtudes, por las que no soy conside– rado, porque se hacen en secreto. Tener el espíritu de Jesucristo, quiere decir: tener sus sentimientos, para juzgar de las cosas, así como Su Majestad las ha juzgado, estimando ser vanidad todo aquello que no sirve para la eternidad. Tener sus afectos, para amar las cosas que El amó, abrazando el padecer y la humillación. Obrar por los motivos y la intención que El obró, enderezando todas las cosas a la gloria del Padre Eterno. Jesucristo se dló a la humildad, pobreza, paciencia, mortificación, obediencia, a fin de persuadirme con su ejemplo, principalmente, la práctica de estas virtudes. Y este ejemplo, ¿qué imperio no debe tener sobre mí, para no más reputar nada difícil? La meditación de la Magdalena me anima y enfervo· riza al desprecio de los hombres, y de todo humano respeto; y me resuelvo a no omitir por causa de ese vano respeto cosa alguna de las que debo hacer. Nada mejor para establecerme en una paz interior, como la
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