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156 por tener solamente una pequeña reflexión, para tener santa osadía en superar todo encuentro. ¿Hemos venido a la Religión, por ventura, para agradar a los hombres, y esperar de ellos alguna merced? ¡Oh, qué agravio se infiere a Dios, haciendo más cuenta de las criaturas, que de Su Majestad infinita! El que tiene por testigo de sus operaciones a un rey y a un criado, no piensa agradar a éste, sino al rey: ¡y buscar nosotros agradar a los homhres, en el mismo acto que Dios nos ve, y está presente! No se aver– güenzan los relajados de parecer lo que son; ¿por qué, pues, nosotros nos hemos de avergonzar, de parecer partidarios de la virtud en nuestra observancia? ¿Cuán– tas veces nosotros mismos para condescender con cierta pasión, hemos depuesto y despreciado el respeto huma– no, sin el temor del qué dirán? Y ahora, que se trata de dar gusto a Dios con la reforma de nuesfra vida, ¿hemos de tener tan poco espíritu, que no podamos vencer y superar esta necia aprensión del qué dirán? Algunos, sin duda, querrán decir, y desaprobar nuestras operaciones, por más santas que sean: esto puede ·darse: pero también tendremos, y más, las alabanzas de Dios, de los ángeles, y de todos los hombres sensatos. ¿De quiénes, pues, debemos nosotros hacer más cuenta? Estaremos siempre inquietos mientras no nos liber– temos, no queriendo conocer otra dependencia, sino la de Dios. Con autoridad, pues, y firmeza cumplamos nuestro deber y dejemos que digan cuanto quieran. No es cosa extraña, que un soldado se porte entre soldados como buen soldado, ni que un Religioso viva entre Religiosos como un buen Religioso.
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