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MEDITACION III Sobre la conversión de la I\ifagdalena. PUNTO! Era la Magdalena una mujer licenciosa, dada a mun• danales vanidades. Y, ¿cuándo se convirtió? Uf cog~ novit; dice San Lucas. Luego que conoció a Jesús, lo buscó, y sin tardar un momento, fué a echarse a sus pies; únicamente atenta a la gracia, que la llamaba, correspondió, llorando su miserable estado, sin que pudiesen detenerla, ni las criaturas, ni los apegos a ellas, ni las pasiones, ni los placeres, ni las lisonjas del mundo. ¡Cuántas gracias te ha enviado Dios también a ti! ¿Y has correspondido con aquella prontitud, con que correspondió la Magdalena a la primera luz? Arre– piéntete de tu cobardía e ingratitud, y con esta peni? tente llora a los pies de Jesucristo. El mayor obstáculo que puedas tener, para pasar de la vida tibia y libertina, a la fervorosa y observante, es el de los respetos humanos. Esta fué la tentación más fuerte que pudo también tener la Magdalena. ¿Crees, por ventura, que ella no sintió dificultad en ir a la casa del Fariseo, y comparecer en forma de penitente, en presencia de tantas personas como había en aquella pública sala? Previó sin duda que su acción sería censurada, y que muchos echarían a mala parte aquella su mutación repentina; pero no enrojeció de vergüenza, ni se detuvo por esto en obedecer a la Divina inspiración; así como no se había avergonzado

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