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ISil de tal manera, que no hubo en Cristo la más mínima acción, ya fuese comer, caminar, dormir u otra cosa, que no fuese levantada de su nátural indiferencia, y realzada por el acto de una sublime intención. Y por tanto, aunque en lo exterior su vida pareciese común, sin embargo, en lo interior era toda extraordinaria, por la sublimidad de las intenciones del Corazón de Cristo: de donde en el salmo XLIV, en el cual se habla de la Sabiduría encarnada, está escrito que: Toda su gloria es interior (1). Aquí tienes el noble ejemplar digno de que le imites. Determina, pues, y haz que en tus acciones resplan– dezca siempre el honor y la gloria de la Majestad divina, y no quieras obrar de otra manera, sino pura y únicamente, por hacer su santísima voluntad. Si en el exterior debes obrar como crees obraría Jesucristo, así también interiormente debes imitar aquella sublime intención, con la cual obró Jesucristo aquí en la tierra. Cuanto más sobrenaturalizado sea tu interior, otro tanto más agradable a Dios será el exterior. ¡Oh cuánto mérito multiplicarás en el Cielo ejercitándote en esto! Confúndete de tu vida pasada en la cual, habiendo hecho millones de obras religiosas, las has ejecutado tan exteriormente, por simple uso y hábito, que has perdido buena parte del mérito de ellas, habiendo sido más bien acciones naturales o morales de hombre, que sobrenaturales de Religioso, por falta de intención sobrenatural. Ruega a Jesucristo que te conceda su espíritu, y te vista de aquel nuevo hombre interior sin el cual, todo el exterior sirve de nada para la eternidad. (r) Oninis gloria ejus ab intu,1\ (Psalm.. 44-14.)
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