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y no admitir lo superfluo en lo que está a nuestro uso; pero el amor de la pobreza nos impulsa a contentarnos de que aun Jo necesario nos falte, a no lamentarnos jamás de la penuria, a buscar en la comida, en el vestido, en la celda, en todas las cosas lo más vil y despreciable, y tanto más consolarnos, cuanto más pobres nos hallemos. Cuando se ama esta virtud, se hace por conservarla y aumentarla, aquello mismo que hacen los avaros para conservar y acrecentar sus bienes temporales. Porque el avaro ama las riquezas, este amor le hace solicito e industrioso, para hacerse siempre más rico. Si nosotros amásemos de corazón la pobreza, este amor nos haría ingeniosos para buscar siempre medios de ser más pobres. El voto de castidad nos obliga a mortificar en nos– otros todo placer impuro de la carne; pero el amor de la castidad hace que no quedemos satisfechos de la limpieza del cuerpo, aspirando también a la del corazón: hace que vivamos con celo de esta angelical virtud, y que tengamos saludable temor a todo aquello que la puede violar. Amistades hijas de la inclinación natural, visitas, cartas, regalos, familiaridades, conversaciones de mujeres, todo es sospechoso; y el amor de la castidad hace qtte todo esto se evite; y además que se abrace la oración, el retiro, la penitencia, la austeridad; pues todo esto contribuye a conservarla inviolable. En una palabra: quien ama la castidad, no sólo huye el vicio opuesto, sino que también aborrece y abomina aun los fantasmas del vicio; y es m~s celoso de esta virtud, que lo son por una vana hermosura los más apasionados amadores del mundo.

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