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I39 Yo rio hallo en Jesucristo, sino humildad; y en mí, no se ve más que soberbia. Por mucho que procure repri– mir en mí la vanagloria, observo varias veces, que está más viva que nunca en mi corazón. ¿Qué debo, pues, hacer? Esperaré en Dios, le seré fiel en combatir los movimientos de esta altanera pasión; y su gracia divina no permitirá que yo sucumba. Jesucristo es el original que me propone el Padre Eterno, para que yo le retrate en mí mismo. Debo, por tanto, imitar sus santas virtudes, y todas las de Cristo que imitare, serán otras tantas líneas o pinceladas que daré para perfeccionar en mí su divina imagen. No hallo en mí fuerzas suficientes, Dios bondadoso, para llevar a cabo esta obra y Vos solo podéis hacer un cumplído retrato vuestro en mi corazón; hacedlo, pues, como excelente pintor, que hace el retrato de su propia persona. En el día del juicio no aparecerá otra diferencia entre los escogidos y los réprobos, sino que aquéllos serán semejantes a Jesucristo, por la imitación de su vida; y éstos no lo serán porque llevaron una vida contraria a la de Cristo. A esta imitación del Salvador Divino, está vinculada mi predestinación eterna y no hay que buscar otra cosa, y solamente puedo vivir en la dulce esperanza de ser predestinado, en cuanto me esforzare por ser imitador de Jesucristo. Dios lo desea, lo quiere, y me lo mar.da que yo imite a su humanado Hijo en la humildad, en la pobreza, en la castidad, en la obediencia y en las demás virtudes, y bien sabe Dios, que yo no puedo cumplir sin su gracia este su querer; si, pues, El me lo manda así, sefíal

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