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que se fuere de los hechos de los otros. Quid ad te? ¿Qué te importa? Atendamos nosotros a servir a Dios, que ésta es nuestra profesión. Quid ad te? ¿Para qué saber los convenios de los príncipes, los sucesos de guerra, las novedades de los países? Atendamos a nosotros mismos, no solamente repri– miendo la curiosidad por las cosas del siglo, sino tam– bién por las del claustro. ¡Qué miseria en un Religioso estar siempre alerta por saber cuanto pasa en el Convento, adónde fué fulano, con quién y a qué! ¡Qué bajeza querer saber, no sólo cuanto se dice, sino tam– bién, si fuese posible, cuanto se piensa; que se entro– mete en el gobierno, en la economía, en las disposicio– nes, y aun en las mismas intenciones de los Superiores! Pero: Quid ad te? Attende tibi. Excelente máxima, y más'que otra alguna poderosa para mantener la paz del alma, saber decirse a sí mismo en las ocasiones: Quid aa te? Hablan dos Re– ligiosos en secreto, y te viene la curiosidad de saber qué negocios tratan: te dices a ti mismo: Quid ad te? Parécete que oyes decir que aquel Convento en construcción no está bien ideado, que debía hacerse en otra forma: Quid ad te? La celda del Superior, es visitada por fulano: Quid ad te? Aquella fabricación no está bien así, debería hacerse de otro modo: Quid ad te? Seria necesario que el Guardián mandase, que el Corista hiciese, que el limosnero hallase, etc. Quid ad te? Todas estas cosas ¿qué me importan a mí? ¿A qué fin quiero yo hacer del doctor, si no me toca? ¿A qué meterme donde no me llaman? Attende tibi. Aten– damos cada uno a sí; examinemos, censuremes y juz-

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