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125 pero no conviene fiarse de las apariencias; porque poco a poco se envuelve y se entra en empefíos de escabrosa salida. La gloria que Dios espera y desea de nosotros, es ésta: que seamos Religiosos, y vivamos como tales¡ y no es cosa religiosa ingerirse en matri– monios, negocios y ajustes de pleitos. Mabiendo dos discípulos pedido licencia a Cristo para asistir a la vejez de su padre, y disponer algunos asuntos de su casa, les respondió el Salvador, que dejasen a los muertos el cuidado de los muertos; esto es, el arreglo de las cosas del siglo a los seculares; y ninguno, que retirado del mundo vuelva a poner mano en sus em– brollos, es apto para el reino de Dios. Seamos cautos, pues, en no mezclarnos en los intereses del siglo por ningún pretexto; y si en algún caso apareciera necesa– ria alguna ingerencia nuestra, sea siempre con maduro consejo, y _con el mérito de la santa obediencia. Atendamos a nosotros mismos, no solamente huyendo de meternos en las cosas del mundo, sino también pro– curando no saberlas jamás. Es muy indigno de un Religioso aquel prurito de curiosidad, queriendo saber todo lo que ocurre en el siglo: y si no se pone empefío en mortificarla se hará habitual, de tal imerte, que no .tendrá otra cosa en la boca al primer encuentro de una persona cualquiera que preguntarle: ¿Qtté tenemos de nuevo? Pregunta vergonzosa en un Capuchino, que debe sonrojarse de que le pidan novedades; mucho más de buscarlas. ¿ A ti qué te importa?,- tú, sígue~ me (1 ), te dice Jesucristo como a san Pedro: Sea lo (1) Qitid ad te? tii me seqitere. (J oann., 21-22.)
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