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II2 hipocresía es la ambición. Hay ciertos oficios en la Orden, que para ser el Religioso elegido o promovido a ellos, se requiere que sea observante y dé buen ejem– plo; y ¿qué hace el ambicioso que aspira a obtener aquel puesto? Emprende una exterior observancia, sin cuidar de acompafiarla con la pureza del interior, que está todo carcomido; toma actitudes de ejemplaridad, pero con intención depravada; y así los sencillos que presto creen ser verdad aquella exterioridad, no cesan de encomiarlo. Pero demos gracias a Dios, que si en nuestra Religión hay algunos fáciles para dejarse alu– cinar, viven en ella también muchos profesores de la verdadera virtud, que tienen talento y agudeza para saber discernir la falsa. Entre nosotros un hipócrita no puede estar encubierto por mucho tiempo, sin ser conocido; en los casos imprevistos, los cuales son frecuentes, claramente se ve si es igual el tenor de su vida, si tiene verdadera obediencia, verda– dera humildad, y verdadera paciencia; que son las pruebas esenciales del Religioso; y donde no sea lo que debe ser, luego de contado, halla su confusión allí donde buscaba su honra y aplauso. Dios mismo toma a su cargo el confundir los hipócritas, y la hipocresía, para quitar el escándalo y el perjuicio que de ella re– sulta a la virtud verdadera; supuesto que ios hipócritas son causa de que muchas veces los que verdaderamente son virtuosos, sean también reputados por el mundo como hipócritas, no siéndolo. Guárdate, por tanto, de este vicio, y escudrifia bien tu corazón, examinándote si eres de aquellos que se engañan a si mismos con una espiritualidad fingida,
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