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lo8 aquella de estar en el fuego, qué pobreza el no tener otra cosa que fuego, qué paciencia el verse siempre insultado y ultrajado de los demonios. ¡Oh, cuán suave se hace acá toda pena, al pensar y ponderar con refle– xión debida las que se padecen en el infierno! La mayor de todas las penas es, que las almas con– denadas en el infierno no verán jamás la cara de Dios, cuya hermosura es infinita. A un mismo tiempo se conocen criadas para Dios, y siempre lejos de Dios. En to,fo instante padecen toda la eternidad, o la desven– turada suerte de un siemore y de un jamás,· siempre condenadas, y jamás bienaventuradas Si, pues, olvi– dado de tus deberes te pierdes, algún día te hallarás en una lucha eterna con Dios. El gozará siempre en sí mismo todo bien, y tú padecerás siempre todo mal jOh Dios, que me habéis criado para Vos mismo, es posible que no tenga yo de veros nunca! ¡Oh eternidad, es posible que no hayas de acabar jamá,! ¡Momento del . placer, cuán breve fuiste! ¡Eternidad del padecer, cuán larga eres! Estos pensamientos serán tu eterno tor– mento; pero aun no es todo. PUNTO II Aquello que más cruelmente destrozará tu corazón, será el pensar en tantos motivos y razones como tu– vi&te para pretender el Cielo, y tantos medios para conquistarlo. Se te había prometido el Paraíso en el Bautismo, después en la profesión religiosa, abierto con la absolución sacramental, y dado como prenda en la sagrada Comunión. Para ir al Paraíso ¿qué gracias,

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