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!04 toma su denominación nuestra Orden. ¿Y es cierto que lo representamos verdaderamente como conviene? ¿Pensamos, hablamos, obramos nosotros, como pen– saba, hablaba y obraba nuestro Seráfico Padre? Para hacer bien nuestro papel, en cualquier lugar que nos hallemos, en el coro, en la celda, en el refec– torio, solos o acompafiados, con religiosos o con se– glares, figurémonos a nuestro lado, a nuestro santí– simo Padre; y procuremos portarnos en todo con aquella decencia, moderación y modestia que cabe ima– ginar en él y consta que nos ensefió con su ejemplo. Nos engafiamos, hermanos carísimos en Jesucristo, si pensamos congeniar con los mundanos, entretener– nos con ellos contando chistes y adaptándonos a sus charlas. De nosotros esperan razonadamente que, pues vivimos apartados de los usos del mundo por la forma del hábito, seamos también ajenos a sus cos– tumbres. Esperan, que ya que voluntariamente elegi– mos la cruz, nos portemos como crucificaáos; y si obramos de otra suerte, aquello que en el teatro dirían ellos al ver uno vestido de príncipe con el porte de villano, eso mismo dicen y con razón, de un Ca– puchino, que vestido de san Francisco, tiene un R_orte de mundano. Y pasan más adelante, pues por uno solo que no se porte como Religioso, infieren que o todos los demás carecen de religiosidad, o que es sólo afec– tada. No tienen razón en formar este juicio, pero con todo esto lo forman; y puesto que no es posible cambiar el mundo, porque siempre será mundo, esto es, siempre maligno, nos toca a nosotros quitar las ocasiones a la malignidad, portándonos bien como Religiosos.

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