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tos fi~AÍLES NO jtJ.ZGUÉN A Los riÉMAS 1$'í' los ojos del mundo; porque si se tratase de remendar un ves– tido rasgado, ya no se trataría de una libertad, sino de una verdadera obligación derivada de la altísima pobrez·a que re, huye todo inútil gasto. Aun en esto el verdadero fraile me, nor debe tomar como modelo a los pob,res que aceptan los vestidos usados y los remiendan si es preciso: sólo los ricos desechan los vestidos algo rotos o deteriorados . .La libertad· concedida por el Seráfico Padre no debe, con todo, degenerar en el ridiculo, de modo que provoque la risa y el descrédito y aún el mismo desprecio sobre nuestro san:.. to hábito y sobre la religión. Tampoco hemos de poner re, miendos llamativos o que deterioren los hábitos. El religioso aun en esto ha de atenerse con sencillez de espíritu al juicio de su s'Uperior, huyendo de toda terquedad, acordándose que es más preciosa la obediencia que los ves, · tídos remendados. Por lo que toca al superior al dar su juicio, no sea de• masiado inclinado al espíritu del mundo, antes bien sea él el primero con el ejemplo, con la palabra, en adherirse to, talmente al espíritu del Seráfico Padre, el cual, invocando la bendición de Dios sobre los que llevan vestidos pobres y re, mendados, nos recuerda que, cuanto uno se vuelve más ne, cío y despreciable a los ojos del mundo, tanto es más pre, cioso a los ojos ce Dios. AMONESTACION Los frailes no juzguen a los demás. «A los cuales amonesto y exhorto que no despre– cien ni juzguen a los hombres que vieren vestidos de vestiduras blandas y de •color, y usar manjares y bebidas delicados,· mas cada uno juzgue y me– nosprecio a sí mismo». 319 El Seráfico Padre, aborreciendo la soberbia del fari, seo que se gloriaba delante de Dios de no ser como los de, más hombres y despreciaba el espíritu de humildad del pu– blicano, amonesta y exhorta a sus seguidores que no juzguen a aquéllos que visten delicadamente, sino que juzguen y se desprecien a si mismos. Ciertamente, al observar el contraste que existe entre los burdos hábitos del fraile menor y los vestidos finos y de co– lor de los ricos, fácilmente alguno podría acariciar pensa, · míentos de desprecio hacia estos últimos; pero el fraile me, nor ha de recordar que éste es un falso celo, no animado del

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