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La tarde de aquel día, que era domingo, hubo rezo del Rosario en la iglesia, con asistencia de todo el pue– blo y muchos forasteros. Al terminar el acto, dos de las niñas, Conchita y Loli, salieron ya extáticas del tem– plo, con porte majestuoso, y empezaron a caminar hacia la Calleja, escenario de tantas apariciones... ; pero esta vez no se detuvieron allí. Era muy difícil seguirlas, y muchos y muchas desistieron de hacerlo. Alguien que sí las siguió ( 10) nos ha hecho un relato, del que sólo tomo unas pinceladas: "No vola– ban, como a veces se ha dicho por personas que veían las cosas de lejos o con poca luz; no volaban, lo pude comprobar bien, porque estuve casi pegado a ellas durante todo el tiempo. Sus pies se apoyaban en el suelo, pero era de un modo que no sé cómo decir. Era como si aquellos pies tuvieran ojos para ver dónde ponerse (ellas mantenían todo. el tiempo la cabeza en alto, miran'do hacia arriba), y no chocaban nunca con tantos cantos y piedras como había entonces por el camino, o con los. matorrales y espinos de la última parte de la subida. Marchaban. con una ligereza, un aire, un ritmo..., que no se puede describir. Yo caí varias veces y tropecé muchísimas más, y eso que era entonces hombre joven y fuerte; sudoroso y jadeante, me mantu– ve siempre a su lado, porque no podía perderme aque– lla maravilla ... (10) Se trata del Sr. Otero Lorenzo. Véase su relato en mi citado libro. cap. VI. púgs. 97-101. 38

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