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ficar. Una cosa es pronunciarse autorizadamente sobre la realidad sobrenatural de unos fenómenos, y otra, tener en cuenta los datos positivos que haya para aco– gerse a un provisional "dejar hacer". La actitud. de espera, normal durante cierto tiempo, debe dar luego paso a actitudes más en armonía con la función, reconocida por el Vaticano II a los obispos de "examinar los espíritus", y dar luego vía libre a lo que parezca venir del Bueno. Una interminable actitud de espera -e inhibición- no puede considerarse como ajustada a los planes de Dios. Hoy día, en diferentes partes de nuestro mundo, los obispos se encuentran ante una difícil tarea: discernir sobre ciertos fenómenos y carismas, que pueden ser de importancia capital, porque conciernen a la Presencia activa de María entre nosotros, en una hora decisiva para la marcha del Reino de Dios. Salir con eso de que "en el Evangelio lo tenemos todo y que con el Evangelio nos basta", es de una imperdonable -y perniciosa- frivolidad. Roguemos por nuestros jerarcas, para que no les falte la luz y la fuerza que necesitan... ; que sepan corro– borar, y no herir, la fe de ese buen pueblo de Dios que peregrina en busca de lo sobrenatural, y cuyo peregri– nar tantas veces tiene la marca inconfundible de la autenticidad católica: la adhesión al Papa, el amor a María, la piedad eucarística. 265
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