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Así ocurre, y es bien lamentable, que desde hace algunos años, en diversos lugares del orbe católico, se va abriendo un foso entre un pueblo de "creyentes" y peregrinos y unas autoridades diocesanas que se cie– rran en actitud negativa frente a ellos. ¡,Qué razones teológicas válidas pueden aducirse para sostener la patente animosidad con que no pocos que son algo en la Iglesia se enfrentan a este fenómeno de las apariciones marianas? Yo no encuentro ninguna. Y en cambio, sí encuen~ tro no pocas para admitir dicho fenómeno. Que Ella, la MADRE, puede venir abierta y llama– tivamente en nuestra ayuda, es incuestionable. Y que hoy día le sobran motivos para hacerlo, para venir, no me parece tan oscuro. La mejor comprensión del papel de María en el desarrollo del Reino de Dios, la proclamación solemne de su Maternidad res– pecto a toda la Iglesia, hecha por Pablo VI en los días del Concilio, la enseñanza del mismo Concilio sobre los carismas en el pueblo de Dios, la espera, y la llamada, de una especial "era del Espíritu Santo", la constatación de los muchos peligros que nos ace– chan en esta hora, la evidente acción, "desencadenada", de los poderes infernales, 263

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