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El parloteo de aquellas chiquillas con su bellísima y buenísima visitante debió de ser en verdad encantador; empapado de frescor y espontaneidad, salpicado de simplezas. Quien quiera calar un poco más en el signifi– cado de esas cosas que las niñas decían a la Virgen, puede ver mis comentarios al citado pasaje del Diario de Conchita en el libro "Se fue con prisas a la Mon– taña", cap. 111. -"Rezamos el Rosario, viéndola a Ella; y Ella rezaba con nosotras, para enseñamos a re.zarle bien. "Cuando terminamos el rezo, dijo que se iba. Y nosotras le decíamos que todavía no, que estuviera aún otro poquitín, que había estado con nosotras muy poco... Ella se reía, y nos dijo que volvería el lunes. "Y cuando se fue, a nosotras i.nos dió una pena!". *· Ese mismo día de la primera visita de la Virgen, empezó a tener ya aquello de Garabandal la marca de tantas cosas "saludables" (Le. 2, 34-35); empezó a ser "signo de contradicción", es decir, ocasión de enfrenta– mientos, para caída de unos, para levantamiento de otros, de modo que fuera quedando al descubierto la esencial disposición de muchos corazoñes. -"Cuando ya se fue Ella, la gente venía a besamos a nosotras, y a preguntamos lo que nos había dicho... Otras personas no lo creían..." 23

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