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roso. :'.')e mee que Loll, en ta Jornada de la despedida, empapó dos pañuelos con sus lágrimas... Con ojos también llorosos las vió partir Conchita. búrante semanas ella había creído que podría prece– derlas, yéndose antes al aspirantado de las Carmelitas Misioneras eh Pamplona: y así lo había comunicado a sus íntimos. Pero su madre Aniceta se opuso al fin con una terca voluntad. No se oponía a que la hija fuese religiosa, pero sí a que se marchara en la fecha prevista. ¿Por qué? El me.ncionado P. Luna quería llevar a Conchita a Roma, porque allí se la iba a escuchar mucho mejor que en Santander (a donde, además, acababa de llegar como nuevo obispo un conocido "enemigo de aparicio– nes", D. Vicente Pucho! Montís). El viaje a Roma estaba arreglado para la primera quincena de septiem– bre;· pero luego no pudo realizarse, por manejos del obispado de Santander en la curia romana: fue necesa– rio aplazarlo "sine die". Y Aniceta decidió que su hija no se apartaba de su lado hasta que no fuera a Roma. Empezaron así para la pobre chica unas intermina~ bles semanas, y luego meses, de espera ... A veces se consumía de impaciencia, saboreando amargamente su soledad: ni espiritualmente podía contar con ayuda o consejo seguro, porque Garabandal era un pueblo pas;– toralmente abandonad.o. Y a vece.s sentía al demo1;1io que rondaba en torno a ella ...: y no le faltaban duras "pruebas" interiores... 237
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