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mirar ya con envidia mal disimulada; y a propósito de apariciones no reinaba, ni mucho menos, la unanimi– dad ... No pocos vacilaban, hadéndoseles demasiado larga la espera, pues el famoso Milagro no acababa de llegar. Hombres y mujeres, que incansablemente habían seguido a las cuatro videntes en sus éxtasis, se mostraban incapaces ahora (saho algunos ancianos silenciosos y c.ierto número de almas más sólidas) de atenerse a IÓ que tantas veces habían -risto, oído y tocado... Pueblo con apetito desordenado de fenóme– nos milagrosos, estaba caído ahora en una ceguera espiritual, en una especie de endurecimiento. que no podía menos de asombrar a quienes llegaban de fuera ..." Eran precisamente éstos, los que llegaban de fuera, quienes mantenían viva la llama de Garabandal. Sabían que en aquellos lugares habían ocurrido demasiadas cosas, ¡muy altas y serias cosas!, que no podían quedar anuladas por utrn simple "falta de continuación". ¿Y qué esperaban? ¿Qué iban todavía buscando'? Aparte de personales t:ncuentros con el mundo sobre– natural, seguramente también el encontrar el apro– piado desenlace de todo.aquello. que tantas esperan1as había suscitado, y que tan extrafiamentc hahía que– dado de pronto interrumpido. !\nimos y esperan1as \'ino a kYantar de llllL'Yo la noticia de que Conchita había tenido otra vez "visita" de la Madre del Cielo. el día de su "santo".~ de diciembre. Y lo que se le había dicho en ese encuentro, no era cosa 227
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