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tas impresiones. De ello hablo en mi libro tantas veces citado, página 441. Los dos sacerdotes habían llegado a Madrid acompañando al entonces arzobispo de Rosario Cardenal Caggiano. Por esos mismos días, el neuropsiquiatra de Barce– lona, Dr. Puncernau, que ya anteriormente había éstu– diado a las videntes. se entregaba a nuevos estudios y comprobacioens ... El Dr. Ortiz, de Santander. que también se encontraba por allí. le abordó di1;ectamente un día a su colega barcelonés: -Bien, amigo: ¿cuáles son sus conclusiones? -No tengo la menor duda sobre la plena normali- dad de estas niñas; los hechos, evidentemente, no pue– den atribuirse a ninguna enfermedad. Con ésta son ya tres, las veces que he venido a Garabandal para estu– diar a las videntes: si hubiese descubierto en ellas algo sospechoso, inmediatamente lo diría". * * * En los éxtasis se permitía a las niñas toda clase de preguntas y desahogos (¿no se trataba acaso de un encuentro con la Madre?); pero el coloquio era siempre dirigido hacia lo que es para todos de importancia inmarchitable: -"¿Cómo es el Cielo?... ¿En el purgatorio hay fuego? ... ¿En el Cielo no se puede entrar ni con un solo pecado chiquito?... ¿ Cuesta mucho la conversión de los pecadores?... Yo rezaré mucho para que vengan aquí 190

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