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hablan y besan a la Virgen, sumidas en profundo éxta– sis. Los pobres familiares de estas criaturas están asus– tados ... "He pasado la Semana Santa entre esta gente. "He escuchado a los del pueblo y a los visitantes "He conversado con las niñas antes y después de sus v1S1ones. "Y como profesionalmente no encuentro explica– ción a lo que yo mismo he visto, me siento empujado a creer en el milagro . -Pero, ¿has visto tú a la Virgen?, me preguntan algunos. -No; yo no he visto a la Virgen, pero la he sentido con el alma y con el corazón. "Un padre jesuita que me acompañaba allí (segura– mente el P. Corta, ya mencionado), me decía al princi– pio: "Le veo muy escéptico, doctor". -No, Padre, no es eso; es que estoy desconcertado por completo. Mi deseo más vehemente sería sentir como las niñas y quienes las acompañan. Pero usted sabe mejor que yo que la fe es un don, que Dios no concede a todos en igual medida. "Horas más tarde de este diálogo, por segunda vez y de cerca, pude seguir una "aparición". Era al amane– cer del Sábado Santo; llovía sin parar, y el pueblo entero parecía un pastel de barro y piedras sueltas. Linterna en mano, seguíamos de prisa a una de las videntes, quien, extasiada, recorría las calles. Con las manos juntas sobre el pecho estrechaba un crucifijo, la cabeza fuertemente echada hacia atrás, lo ojos clava- 148

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