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Garabandal el primer invierno de su misterio. Por lo menos, cómo lo fueron viviendo las niñas. Cada nueva jornada la iniciaban ellas con sacrificio y oración: bien tempranamente, cuando menos apete– cía, se tiraban de la cama y se echaban a la oscuridad y el frío de fuera para reanudar su comunicación con el Cielo. El punto de la Calleja, que en meses anteriores tanto había sabido de concurrencias y apiñamientos multitudinarios, acogía ahora en el ámbito de su silen– cio y baja temperatura a las pocas personas que calla– damente, tiritando a veces, y no siempre libres de miedo, iban a ofrecer al Señor y a la Madre las primicias de su vivir cotidiano; allí, en tal hora, no había más compa– ñía y protección que la de los ángeles de la guarda. Más de una vez la nieve blanqueaba el "cuadro" y su con– torno, y el aliento de los rezos parecía escarcharse en el aire. -Dios te salve, María... El Señor está contigo... Bendita tú eres... -Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ruega por nosotros, pecadores... ¡Pecadores! ¡Los pecadores! ¡Cuánto había que hacer por ellos! Implorando la misericordia del Señor. ofreciendo a favor suyo la penitencia en que ellos ni pensaban. 122
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