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rrero desde su juventud. Pero David insistió: Cuando cuidaba las ove– jas de mi padre he matado leones y osos. Lo mismo haré con ese filis– teo. Dios, que me ha salvado tantas veces de las fauces del león y del oso, me salvará también ahora de la.; manos de Goliat. Ante estas pala– bras, Saúl le dejó luchar. Como únicas armas, cogió David su bastón, una honda y cinco pie– dras finas. Goliat se burlaba de él. Pero David salió corriendo a su en– cuentro y lanzó con su honda una piedra tan certeramente que se clavó en la frente del gigante filisteo. Este cayó a tierra, y David, cogiendo la espada de Goliat, le cortó la cabeza. El espanto cundió entre los filis– teos, y los israelitas, entusiasmados, se lanzaron en su persecución, con– siguiendo una gran victoria. Con este motivo hubo grandes regocijos y el pueblo cantaba: Saúl mató a mil. Pero David ha matado a diez mil. David y Goliat 5. Odio de Saúl contra David. Todos se alegraban, menos Saúl. Su corazón comenzó a verse domi– nado por el feo vicio de la envidia. Y esto llegó a tanto, que en diver– sas ocasiones intentó dar muerte al joven y valiente David. Un día,

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