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los reinos de Edom y Moab, para poder atacar Pales. tí.na a la altura de Jericó, desde los llanos de Moab. En este camino largo y difícil, se produjeron muchas rebeliones contra Moisés. Pero Dios salió siempre en su defensa: un día, envió fuego misterioso que acabó con los murmu• racÍores; otro día, se abrió la tierra y tragó a Coré, Abirón, Datán .y todos sus partidarios. El episodio de las serpientes venenosas es en extremo interesante. El pueblo se encontraba en Punón, a unos cuarenta kilómetros al sur del Mar Muerto. Como siempre, la causa del duro castigo fue· la actitud rebelde de los israelitas. Se qµejaban amargamente contra Moisés: ¿Por qué nos has sacado de Egipto? ¿Lo has hecho para que muramos en el desierto? Ya estamos hastiados, cansados de ese alimento miserable (el maná) (Núm. 21, 5). La respuesta de Dios a la queja del pueblo fue terrible: mandó unas serpientes venenosas, y perecieron muchos israelitas. Hubo arrepenti– miento: Hemos pecado por haber hablado contra Dios y contra ti-di– jeron a Moisés-. Ruega a Dios que -aparte las serpientes de nosotros (Núm. 21, 7). Moisés hizo oración y Dios volvió a perdonar a su pueblo. Haz una serpiente de bronce-le ordenó el Señor-y colócala sobre una pértigo:,, y todo el que haya sido mordido y la mire, vivirá (v. 8). En el evangelio de San Juan se presenta la misteriosa serpiente del desierto como figura de la Cruz de Cristo: Y como Moisés puso en alto la ser– piente en el desierto, así es necesario que sea puesto en alto el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga la vida eterna (Jn. 3, 14-15 ). El pecado es en nosotros como mordedura de serpiente. Pero si mira– mos a Cristo Crucificado y le pedimos perdón, volvemos a recuperar Ia vida divina, que permanece para siempre. 3. Las profecías de Balaam. (Núm. 22, 2-25, 1). Israel, con la ayuda especial de Dios, comenzó a conquistar las tie– rras de Transjordania. Sus victorias infundieron miedo a los reyes veci– nos. Por esta razón, Balaq, rey de Moab, mandó llamar al adivino Ba– laam, que vivía junto al río Eufrates. Balaam debería maldecir, en nom– bre de Dios, al pueblo de Israel; a cambio de esto, el rey lo colmaría de regalos. Balaam se puso en camino, montado en burra. Pero en un mo– mento, el ángel del Señor se puso delante de la burra y ésta se paró en seco. Balaam, furioso, comenzó a golpearla fuertemente. Todo imítil. La burra no daba un paso. Dios abrió la boca del pobre animal, que volviéndose hacia su amo le dijo: ¿Qué te he hecho yo para que as; me pegues? A Balaam se le abrieron los ojos, y vio él también al án,gel del Señor que cerraba el camino. El ángel le dijo: Vete con los hombres de B;¿[aq, pero no digas sino lo que yo te mande. Cuando estuvo Balaam frente al campamento israelita, nada pudo 63
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