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número tan elevado hubiera podido pasar, en una noche, eJ Mar Rojo o que se hubieran podido mover y alimentar convenientemente a través del duro desierto. Los sabios creen que la cifra de 600.000 hombres es más bien una idealización posterior de la tradición popular, o bien un número simbólico. Teniendo en cuenta todas las circunstancias, no es fácil que el número de israelitas que abandonaron Egipto fuera muy superior a 30.000 personas. A esta caravana de seres humanos debemos añadir la hacienda, tesoros y cosas que pudieran sacar consigo. Al fren– te, iba Moisés, como caudillo de Dios para su pueblo Israel. En cuanto al año de salida, nada cierto se puede afirmar. Probablemente tuvo lu– gar el éxodo hacia el USO, reinando aún Ramsés II. 2. Paso del .Mar Rojo. (Ex. 13, 17-15, 29). La caravana israelita parte de la ciudad de Ramsés, se dirige desde allí, lo más rápidamente· posible, hacia la extremidad sur de los Lagos Amargos. El Faraón se arrepintió pronto del permiso concedido y orde– nó a su ejército que saliera en persecución de los hebreos y que no les dejara salir de Egipto. Los israelitas habían llegado a Pihajirot, entre Migdol y el mar. Su situación parecía desesperada. Los ejércitos del Faraón los perseguían peligrosamente y, por otra parte, las aguas del Mar Rojo parecían oponer una barrera infranqueable. Un estrecho puen– te no era en modo alguno suficiente para dar paso rápido a la multitud. Pero Dios, en aquel momento, retiró las aguas del mar, mediante un viento recio solano, que sopló durante toda la noche y dejó el mar seco. Las aguas se hendieron. Entonces los hijos de Israel entraron en el mar. Las aguas formaban como un muro a su derecha y a su izquierda. Los egipcios los perseguían, y toda la caballería del Faraón, caballos, carros y caballeros penetraron en el mar. Al rayar el alba, y una vez que habían pasado todos los israelitas, Dios ordenó a Moisés extender la mano sobre el mar para que las aguas volvieran a su cauce normal. Las aguas obedecieron prontamente y sepultaron para siempre entre sus olas al numeroso ejército del Faraón. Así salvó Dios aquel día a Israel del poder de Egipto. El hecho ha mar– cado para siempre los destinos de Israel. El pueblo entero entonó un cántico de alabanza a Dios. Este relato, embellecido sin duda por la tradición popular, nos habla claramente de una intervención especial de Dios en favor de su pueblo. 54
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