BCCCAP00000000000000000000936

€LECTURA JOB: EL JUSTO QUE SUFRE Desde muy antiguo preocupó a los hombres el hecho de que el justo, en esta ,:ida, sufra calamidades, dolores, injusticias. Si Dios es bueno, ¿cómo puede per– mitir que el justo padezca tantos males? También preocupaba a los israelitas este problema. Y con este motivo, un autor, bajo la inspiración de Dios, compuso un libro hermosísimo, el libro de Job. En él ce nos cuenta la historia legendaria de un hombre antiguo, muy famoso, con grandes posesiones y mucha familia. Se lla– maba Job. Dios permitió al demonio que lo fuera despojando de todo: primero, de los bienes materiales; después, de sus hijos; finalmente, una enfermedad dolo- 1osa y repugnante cubrió todo su cuerpo. Todos se apartaron de él; su misma mujer lo despredó. Pero aquel hombre justo y bueno respondía con resignación: Dios me lo di<, y Dios me lo quitó: que su nombre sea para siempre bendito. ¿No recibimos de Dios los bienes? ¿Por qué no hemos de recibir también los males? Para consolar a Job en su miseria extrema, vinieron tres amigos. Al verlo, ras– garon sus vestiduras en señal de dolor y permanecieron mudos durante siete días y siete noches. Después, comenzó una animada discusión entre Job y los amigos, un largo diálogo de una gran belleza literaria. Con diversos argumentos y palabras, los tres amigos le decían a Job: El que es verdaderamente justo no puede ser castigado con males en esta vida; luego tú, que te ves colmado de dolor y mlseria, has tenido que ofender a Dios, para que así te castigue. Job protestaba una y otra vez su inocencia; no se veía culpable de falta contra el Señor. Sus palabras ex– presaban, a las veces, una confianza plena en la bondad de Dios: Lo sé. Mi reden– tor vive, y al fin se erguirá como fiador sobre el polvo; y después que mi piel se desprenda de mi carne, en mi carne contemplaré a Dios. ¡Yo le veré! ¡Veránl• mis ojos, no otro! (19, 25-27). (Uase el cap. 3.1, en el que Job confiesa su inocencia). Cuando los argum1mtos de ambas partes se agotaron, el autor del libro hace in• tervenir a Dios en la discusión. El Señor pone de manifiesto que sus caminos son misteriosos, que nadie puede culparle de injusticia, pues el hombre es nada com– parado con la grandeza y sabiduría del Creador, que ha puesto leyes a todas las cosas, que todo lo dirige con mano segura, que conoce los secretos más escondi– dos de los seres creados. Después de esto, Dios restituye a Job su salud, su riqueza, sus bienes y su felicidad de antes, y reprocha a los amigos de Job su manera de hablar. El do– lor del justo es un mlsterio de Dios. Tal es la concluJión del libro. Este miste– rio lo encontramos aclarado en el Nuevo Testamento, en estas dos frases: «Los sufrimientos del tiempo presente no son nada en comparación de la gloria que se ha de manifestar un día en nosotros» (Rm. 8, 18). «Yo completo en mi carne (con mb sufrimientos) lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favOr de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Cl. 1, 24). Es decir, que los dolores del justo tienen razón de mérito para el cielo y son redentores, como el dolor de Cristo. 46

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz