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Esta profecía se cumplió maravillosamente en Cristo, que cargó sobre sí nuestros pecados y murió para redimimos y abrirnos la puertas del cielo. 4. Sueño de Nabucodonosor. (Dn. 2). El libro de Daniel nos cuenta el siguiente relato: Nabucodonosor, el rey que había deportado a los judíos, tuvo un sueño misterioso durante la noche. Pero al despertar, no· recordaba nada de lo que había soñado. Entonces, mandó llamar a todos los adivinos de su reino, para que le recordaran el sueño y le diesen la recta interpretación. Pero ninguno fue capaz. El rey los condenó ·a muerte. Enterado de lo que pasaba, Daniel, un joven judío cautivo en Babi– lonia, se presentó a Nabucodonosor y le dijo: El misterio que quiere conocer el rey no se lo han podido descubrir ni los sabios ni los adivi– nos ni los encantadores. Pero hay un Dios en los cielos que va hacer conocer al rey lo que sucederá al final de los tiempos. . He aquí tu sueño y tus visiones: Una estatua grande, brillante estaba delante de ti. La cabeza. de la estatua era de oro fino; el pec.ho y los brazas eran de plata; vientre y lomos, de bronce; las piernas, de hierro,· los pies, parte de hierro y parte de tierra cocida. Tú estabas mirando, y de repente se desprendió una piedra, sin que nadie la hubiera tocado, y vino a tropezar contra los pies de la estatua. Los pies se rompieron y la estatua se destrozó totalmente. La piedra, por el contrario, se convir– tió en una gran montaña que cubría la tierra. He aquí la interpre– tación: las diversas partes de esa estatua representan otros tantos reinos que se irán sucediendo, hasta que Dios establezca para siempre su reino sobre toda la tierra, reino que no desaparecerá jamás. Como. premio a su sabiduría sobrehumana, Daniel fue constituido gobernador ·de la provincia de Babilonia. 5. La cena de Baltasar. (Dn. 5). Entre los sucesores de Nabucodonosor está Baltasar, último rey del imperio babilónico. El libro de Daniel nos dice que dicho rey dio un gran banquete, en el que se servían los vinos y licores en los vasos sagrados robados en el Templo de Jerusalén. Pero en medio de la alegría del ban– quete, sucedió algo inprevisto: sobre la pared, una mano misteriosa co– menzó a escribir unas palabras ininteligibles: Mené, Tequel, Parés. Tampoco esta vez los adivinos y encantadores lograron descifrar las extrañas palabras. Y Daniel fue llamado urgentemente a la corte real, pues su fama era conocida de todos. Y dio al rey la siguiente interpreta– ción: Mené: Dios ha contado los días de tu reina do y le ha puesto fin; 116

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