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La dignidad radical del cristiano, de todo cristiano, pertenezca o no a la jerarquía y en cualquier grado que sea, es su vocación divina de hijo de Dios. En el transcurso de los debates conciliares se oyó afirmar valerosamente y con energía: «Nuestra dignidad suprema, para nosotros los obispos, es la de ser miembros del Pueblo de Dios» (Gargitter). Ya San Agustín les había confiado a sus fieles: «Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano.» El papa Pío XI, en el transcurso de una audiencia, decía a los jó– venes italianos: «Hoy es el aniversario de mi nacimiento; pero mañana el de mi bautismo, el día más grande de mi vida.» Para un Papa, el día de su bautismo es más grande que el de su coronación. (M . Ph ilipon, Una visión nueva de la Iglesia.) APLICACION A LA VIDA 70 Una reflexión: Por el bautismo me convierto en templo del Espíritu Santo y entro en la familia de Dios, la Iglesia Santa. Un propósito: Estimaré en lo que vale mi dignidad de cristiano y nunca mancharé el sello de mi semejanza con Cristo.
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