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8.-Somos pobres pecadores Como Zaq ueo y la mujer arrepentida, todos los hombres tenemos que reconocer nuestra limitación y nuestros pecados al acercarnos a Jesús. Cada cual ha de confesar co n San Pablo: «Yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne , cosa buena ... Siento otra ley en mis miembros, que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros» (Rm 7, 18.23). ·~ ·ogaremqs a Dios ::::::mo 01 oublicanc ::e la parábola: «¡Oh, Dios, te n piedad de m1, que soy pecador! » Si el. esplendor de la inocencia de Cristo y de su perfección ilu– mina nuestra alma, sentiremos vergüenza de nuestra malicia y le dire– mos, como San Pedro después de la pesca milagrosa: «Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador.» (Le 5, 8). En el camino del Señor hay una estrella orientadora: María. A ella miran confiados los cristianos.

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