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Los sacerdotes son tomados de entre los hombres. rado por el sufrimiento, la ansiedad da a sus ojos un brillo especial. -Señora, yo soy sacerdote; pt1edo absolver. , Lléveme a donde está aquel hombre -le dice, señalando una cruz que brilla en su pecho. Es un capellán militar. La enfermera duda. El pobre tiene los riñones -destr0zatlos por la metralla de un obús. El más leve movimiento, ad9'flás de producirle atroces tormentos, puec:k:! serle fatal. Está por deci rle que no, pero la voz del sacerdote, más débil y suplicante, se hace ahora imperiosa y severa, como un grito de santa indignación. -¿No conoce el valor de un alma? ¿Qué es un cuarto de hora de vida, comparado con un aima que se salva? La enfermera ya no puede dudar. Llama a otros enfermeros y entre todos ayudan al capellán a llegar hasta el otro moribundo. 133

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