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da la vida, la puede destruir. Y por eso -Y es el tercer motivo– Dios vela por la más pequeña de sus criaturas. Por los insignifi– cantes gorriones que ahora comienzan a revolotear por las prade– ras; y Cristo no murió por los gorriones, sino por los hombres. Sin duda que Cristo les estaba preparando para las persecu– ciones que iban a venir sobre ellos, y estas ideas les die– ron arrestos para resistir el vendaval de persecuciones que se desató, en poco tiempo, sobre la Iglesia. Recuerdo aquella leyenda que nos dice que un país fue inva– dido por unos monstruosos dragones. Por doquier sembraban el pánico y la muerte. Los ejércitos fueron destruidos. Y entonces a un maestro se le ocurrió hacer una prueba psicológica con el más tímido de sus discípulos. Le dijo una palabra misteriosa, le asegu– ró que aquella palabra era mágica, que diciéndola al atacar a los dragones, no había dragón que se resistiese. Convencido el muchacho de la veracidad de todo ello se lan– zó al campo. Mató infinidad de dragones, siempre con la palabra mágica y la espada por delante. No quedaban ya dragones en el país. El muchacho era un héroe nacional. Le levantaron una esta– tua. Hasta el rey asistió a la inauguración. Cuando la ceremonia iba a comenzar avisaron que se acercaba un dragón malherido. El pánico cundió entre la muchedumbre. Pero allí estaba el héroe. Tomó su espada y se disponía a salir a las afueras de la ciudad, cuando su maestro le dijo: "Mira, la palabra mágica no es tal pa– labra mágica. Te dije todo eso para que tuvieses confianza en ti mismo". Esto le desmoralizó. Perdió la confianza en sí mismo. Y aquel dragoncete casi moribundo acabó con él. Las palabras de Cristo no son mágicas. Son palabras de Dios. Merece la pena que las meditemos y cobremos confianza, sobre todo, en nuestro Padre celestial. Cristo dice: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, te- med al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo". Temamos a Dios y confiemos en Dios nuestro Padre y en nosotros: "Por eso, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los go– rriones". 93
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