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mo om1ngo Oseas 6, 3 b-6. Romanos 4, 18-25. Mateo 9, 9-13: "Andad, aprended fo que signi– fica "misericordia quiero y no sacrificios". EL TRIUNFO DE LA MISERICORDIA Sorprenden en el Evangelio de hoy dos cosas: la prontitud de Mateo en responder a la llamada de Cristo y la lógica de Cristo en replicar al escándalo farisaico de sus enemigos. Los médicos son para los enfermos y la misericordia para los pecadores. Sería gracioso, peor: un insulto a la sociedad, que los médi– cos se formasen para tratar a los sanos. Ellos van a las cabeceras de los enfermos y deambulan por las salas de los hospitales. Y por muchos chistes que hagamos de su ciencia, lo cierto es que cuando nos duele algo, acudimos en seguida al médico. Los mismos médicos nos dicen que cada vez serán menos las enfermedades del cuerpo, porque su ciencia adelanta a pasos agi– gantados, y cada vez serán más, por contra, las enfermedades psíquicas. Pues bien, para la peor de las enfermedades del alma, el pe– cado, el médico divino es Cristo. La vida de Cristo no se entende– ría sin esto. El vino, precisamente, para los pecadores. A nosotros nos repite en el Evangelio de hoy lo que dijo a sus contradictores de entonces: "Andad, aprended lo que significa "misericordia quie– ro, ·y no sacrificio", que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". ¿Necesitamos nosotros la lección de Cristo? Pienso que sí. Porque, inconscientemente, hacemos del mundo, incluso de nues– tro mundo cristiano, algo así como una película del Oeste, donde hay buenos y malos. Hasta aquí vamos bien. Pero resulta que cuan- 88
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