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tran los ricos que ahora son pobres. Jamás pensaron que iban a lle– gar a esos extremos y llegaron. Tenemos ejemplos todos los días. Estornuda un jefe de Esta– do en una ciudad americana, se echa a temblar el dólar, y con él todas !as monedas del mundo. El que tenía un millón de dólares y trataba de poner unos negocios se da cuenta de que no puede ya. Las cosas comienzan a subir. Los sueldos no alcanzan. Y el di– nero ya no sirve como servía. Estalla una pequeña guerra en el corazón del mundo y de pronto unos países se niegan a dar pe– tróleo, los coches no andan como antes, la gasolina sube, ese hu– mo de los tubos de escape hace subir para arriba todas las cosas y los que pensaban tener un buen vivir, se dan cuenta que viven estrechamente. Así, suma y sigue. Lo cual quiere decir que el dinero lo necesitamos para vivir, pero no hemos de poner en ello el corazón y el alma. No podemos ser sus esclavos, sino sus dueños. Tenemos que dominarle, no que nos domine. No, y mil veces no. Y sobre todo nuestra confianza entera ha de estar en nuestro Padre Dios, que si no deja morir a las flores y alimenta a los pájaros, tampoco dejará de velar por nosotros. Lo que importa, pues, es que confiemos en él y ponga– mos todos los medíos que él nos dio para que así suceda. Pues nuestro mayor tesoro no son los millones sino los dones de Dios. ¿Por cuánto venderíamos nosotros los ojos, los pies, las manos, los oídos? No os parece que llevamos encima de nosotros una millonada. Y si además de eso tenemos fe, confiamos plena– mente en el Señor y el corazón lo llevamos lleno de alegría, ¿qué más podemos desear? Todo lo demás es la añadidura. Lo más que podemos pretender que nos dé la felic 1 dad; si resulta que con mu– cho menos, porque, enfocamos mejor la vida, somos más felices, ¿qué más podemos desear? Por ello procuremos ahora mismo ser felices: tener fe en Dios, amarle y amar a los hombres, disfrutar del sol, del aire, de este día que es un regalo suyo. De tantas cosas buenas como hay derramadas por el mundo. Dios nos lo dio. Y Dios nos tiene reservado -para nosotros, no para los go– rriones- un Reino de felicidad. Por eso "sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura". ¿No creéis que este evangelio que parecía tan irrazonable es el más razonable de los evangelios? 85

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