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Ser "pobres en el espíritu" es "no tener el corazón en las ri– quezas ni las riquezas en el corazón". En una sociedad como la nuestra querer hacer consistir la pobreza cristiana en la carencia de cosas, es falso, absurdo y an– tievangélico. Escribió no hace mucho el cardenal Danielou: "El espíritu de pobreza auténtica implica el deber de hacer· que puedan también aprovecharse aquellos que no gozan de la elevación del nivel de vida, no en privar a aquellos que ya lo poseen. Se trata de una ni– velación hacia arriba y no al contrario. El espíritu de pobreza no consiste en no usar los bienes de la naturaleza y de la cultura, si– no en no apropiárselos, es decir, en aceptar el compartirlos cori los otros y el verse despojados de ellos si es la voluntad ed Dios. Es la palabra de San Pablo: "Soy capaz de estar en la pobreza y soy capaz de estar en la riqueza". Así, también las pobrezas más difíciles de aceptar son tal vez menos las del dinero que las de la salud, las de la soledad de los afectos, las del fracaso profesio– nal. .. " La pobreza, hoy, tiene que ir por el camino de la promoción. Es el viejo proverbio de enseñar a pescar en vez de dar limosna de un pez. Es ayudar en todos los sentidos, y no sólo con las monedas, aunque muchas veces sean ruedas precisas para echar a andar. Ante todo "la pobreza en el espíritu" es tener un espíritu tan grande que no queramos estar solos en una cumbre, sino que sea– mos uno más de la cordada y si estamos los primeros tiremos de los demás para que suban. Porque si es verdad que la cuerda sue– le romperse por el más débil, puede llegar el día que se rompa para todos. "Pobreza en el espíritu" es tener un espíritu tan grande, tan noble, que comprenda que aunque le falte mucho, aún es un ser muy importante en la vida, y puede ser rey en ese reino que nos rememora hoy el Evangelio. La mayor pobreza es no tener espíritu para aspirar a más. No tener un ideal. No luchar. Porque "está probado que la pobreza es la escala de las juveniles ambiciones" (Shakespeare). 77