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da a un fuego cubierto por la ceniza, consumirá la comunión un día cuanto el pecado mancilló en nosotros. Luego que las trompe– tas den la señal del último juicio, transformará en un instante los cuerpos de los justos y los hará semejantes al cuerpo glorioso de Jesucristo". Fue lo mismo que voceó, hasta enronquecer, S. Pablo: "Forma– mos todos un Cuerpo en El. Si El ha resucitado, también nosotros resucitaremos". Muchos objetarán, y con razón, que la resurrección es para to– dos. Todos los hombres resucitarán "con los mismos cuerpos y al– mas que tuvieron". Completamente cierto. Y totalmente peligroso. Pues muchos, mejor quisieran no resucitar. Si su alma está en pe– cado al morir, resucitarán para condenación. Lo que sucede es que la Eucaristía nos da a nosotros una garantía, "una prenda", de la vida gloriosa. Escribió un eminente teólogo: "La vida eterna se si– gue infaliblemente de la digna manducación da la Eucari.stía a no ser que intervenga fatalmente la voluntad humana". Eso es lo que nos dice la teología, la de los eminentes y la de los sencillos. Y esa voluntad puede intervenir fatalmente por medio del pecado. Es la barrera que interponemos entre Dios y nosotros. Entonces nosotros mismos nos autocondenamos. La Eu– caristía será, no prenda de salvación sino de condenación. Ya lo recordó S. Pablo: "El que come y bebe indignamente el cuerpo y la sangre del Señor, come y bebe su propia condenación". Eso depende de nosotros. La promesa de Cristo sigue en pie. El no falla. El quiere ser, incluso, nuestro viático, nuestro compa– ñero de camino, para llevarnos en el último viaje al cielo. Pienso que no hay nada más consolador para aquella última hora que con el alma dignamente preparada, Cristo entre en ella para confortar– la. Es el momento más apto para repetir lo que tantas veces he– mos dicho: "Cuerpo de Cristo, sálvanos". No nos quepa la menor duda que así será. El cogerá nuestra alma entre sus brazos y nos llevará al cielo. Quien dude esto dudará de las misma palabras de Cristo que dijo: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vi– da eterna, y yo lo resucitaré en el último día". 69

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