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no hablen de ella, fuera de algún comentario ocasional y de año en año. Es el Evangelio el que nos da la gran noticia. Y el Evangelio de hoy nos habla de la importancia de la fe. No se trata de condenar a nadie que no tenga fe. No se trata de que tú o yo nos constituyamos en acusadores públicos de la igno– rancia ajena o de su indiferencia en las cosas de religión. El que no cree ya se condena a sí mismo. Se desvincula. La fe en la Trinidad es de tal necesidad para salvarse, que pienso que por eso mismo la liturgia escoge el Evangelio de este día, para insinuárnoslo. La fe en el Hijo supone la fe en Dios. Y Dios no es un solitario. Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu San– to. Y justamente Cristo vino para predicarnos esa religión. Y man– dó que en nombre de los tres se bautizasen los hombres. Comprendo que hay religiones más fáciles. Aparentemente más conformes con las mentes de los hombres. Por eso mismo me per– mito dudar de ellas. Son tan humanas, tan comprensibles, que uno sospecha que fue un hombre genial el que las puso en circulación. Pero cuando circula una religión con un dogma tan difícil, cuando ése que la puso en circulación dio pruebas de ser mucho más que un mero hombre, cuando murió por su idea y una vez re– sucitado volvió a insistir en lo mismo, tenemos que pensar que esa religión es divina. Los hombres no han podido inventar eso. Así, lo que podría ser piedra de tropiezo, es piedra maestra de una re– ligión divina, la auténtica, la verdadera. La Trinidad no es una estación de "Metro", es una rampa de lanzamiento hacia una fe auténtica. La fe en el Dios que es uno só– lo, pero una familia de tres personas. Que vive eternamente, que ama a los hombres, que tomó carne humana, que marca las almas de los hombres bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Merece la pena que en esta gran fiesta nosotros nos detenga– mos un momento en nuestro camino y veamos si acaso nuestra fe es un disco rayado que dice las cosas porque el surco está hecho, o por una convicción profunda. Examinémonos. 67

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