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primer lugar, el dolor es ineludible. Todos tenemos que sufrir. Aquí no vale aquello de las excepciones que confirman la regla. Se trata de una regla sin excepciones. Lo que sucede es que unos sufren malamente, y por los males que hacen en la vida. Y otros sufren a pesar de ser buenos. Frecuentemente, se oye la queja: pero ¿qué hice yo para su– frir todo esto? ¿Por qué Dios me castiga de esta manera, si no procuro nada más que hacer el bien? Son muy disculpables estos gritos de nuestra alma dolorida, pero estamos descentrando el tema. Entonces estarnos más cerca de Dios que nunca, porque a nadie ha amado Dios tanto como a su Hijo predilecto, Jesucristo, y a nadie hizo sufrir tanto. Pense– mos en su Pasión y en su Cruz. Y Cristo que lo sabía al reclutar discípulos, no les prometió una senda de rosas, sino más bien de espinas: "El que quiera ser mi discípulo que cargue con su cruz cada día y que me siga". Cada día tiene su cruz. Pequeña o grande. Habrá días sin nu– bes, pero sin dolor, sea de la especie que sea, nunca. Lo que im– porta es no hacerlo más grande por nuestra rebeldía y por nues– tra rabia interior. Tenemos que dar un paso más. San Pablo dice en su carta, que hemos transcrito entera, para que podamos releerla y meditar– la: "Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo". Precisamente, es San Pablo quien dice en otra de sus cartas: "Su– plo en mi carne, con mis padecimientos, lo que falta a la cruz de mi Señor Jesucristo". Por ello, la cruz nuestra de cada día no es una hermana pequeña o gemela de la cruz de Cristo, es la misma cruz de Cristo, que sigue sufriendo en sus cristianos, que son miembros de su Iglesia. Nos hace partícipes de su propia pasión y cruz. Y todo el mecanismo de la redención tiene su clave en es– to: "Lo que El sufrió lo sufrimos nosotros, lo que nosotros sufrimos lo sufre El". Es, por tanto, un honor el sufrir por ser cristianos, por Cristo y con Cristo. Pienso que ahora comprenderemos un poco mejor el misterio del dolor. Sabremos soportarlo con un tanto más de paciencia, aunque el dolor siempre lo quisiéramos tener lejos de nosotros. Pero, sobre todo, comprenderemos mejor lo que San Pablo nos dice hoy: "Pero si sufre por ser cristiano, que no se avergüence". 63
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