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, . epbmo de Pascua Hechos 1, 12-14. 1 Pedro 4, 13-16. Juan 17, 1-11 a: "Ya no voy a estar en el mun– do, pero ellos están en el mundo mientras yo voy a ti". ¿POR QUE SUFRIR? Otra vez el misterio del dolor nos ha salido al paso en el ca– mino pascual de la liturgia. No es extraño, porque el dolor es tan nuestro como la sombra que hace nuestro cuerpo al pasar por la vida. Unas veces lo llevamos delante, otras veces lo echamos de– trás y lo olvidamos. Ya el proverbio alemán dice: "Vivir es sufrir". Y la letrilla po- pular y piadosa rima así el mismo pensamiento: "Por la cuesta de la vida vi pasar a los cristianos todos iban con sus cruces y todos iban llorando". Me parece a mí que ambos exageran. Porque no hay por qué ir con ese sadismo negro de ver por doquiera el dolor. Me parece que si somos cristianos tenemos que saber convertir justamente el dolor en todo lo contrario. Precisamente, San Pablo nos lo re– cuerda en la carta que nos envía hoy a nosotros: "Queridos hermanos: estad alegres cuando compartís los pa– decimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros: porque el Espíritu de la gloria, el Espírfitu de Dios, repo– sa sobre vosotros. Que ninguno de vosotros tenga que sufrir por homicida, la– drón, malhechor o entrometido. Pero si sufre por ser cristiano, que no se avergüence, que dé gloria a Dios por este nombre". San Pablo centró magníficamente el problema del dolor. En 62

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