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se impone. Y la realidad nos dice domingo a domingo que nues– tras iglesias resultan -afortunadamente- insuficientes. Además el templo es vital para el hombre actual como lugar de refugio contra la prisa, el ruido, el materialismo. Recuerdo de una joven indiferente en materia de religión, que cuando pasaba junto a una iglesia decía: "Lástima de solar, con la 'falta que ha– cen". Hasta que un día ella, con el alma medio axfisiada, sintió la necesidad de entrar dentro de una iglesia, de volcar su alma ante un sacerdote que la escuchó sin reprocharle nada. Y entonces comprendió el sentido de esas iglesias esparcidas por las grandes ciudades, donde todos corremos, donde nadie se conoce, y donde a veces se siente la necesidad de un ángulo solitario, silencioso, oscuro, donde a uno le escuchen sin interrumpirle. Por esas y por otras muchas razones, pienso que las iglesias siguen siendo necesarias. Pero también podría suceder -los ex– tremos son malos-, que se cumpliese la parábola de aquel párro– co que tanto trabajó para juntar dinero y levantar una iglesia, que cuando la abrió se encontró con la sorpresa de que sus feligreses habían perdido la fe -¡tanto tiempo sin atención espiritual!- y le sobraba tres cuartas partes de iglesia. Cristo nos viene a recordar, hoy, que el hombre es lo que im– porta. Que ante todo tenemos que buscarle a él. Y si resulta que una gran mayoría de hombres hoy no van a la iglesia habrá que ir a buscarles donde se encuentren. Porque su consigna sigue en pie: "Id y haced discípulos". Ayudar a cada hombre a encontrar a Dios es levantar un templo para Dios dentro de él. Y el hombre ac– tual, acomplejado ante tanto dolor y tanta duda, necesita más que nunca la luz de la fe. Un poeta actual -Bias de Otero- compuso un "Salmo para el hombre de hoy": "Salva al hombre, Sefior, en esta hora horrorosa, de trágico destino; no sabe a dónde va, de dónde vino tanto dolor., que en sauce roto llora. Ponlo de pie, Sefior, clava tu aurora en su costado, y sepa que es divino despojo, polvo errante en el camino; más que tu luz lo inmortaliza y dora. Mira, Sefior, que tanto llanto, arriba, en pleamar, oleando a la deriva, amenaza cubrirnos con la Nada. !Ponnos, Sefior, encima de la muerte! !Agiganta, sostén nuestra mirada para que aprenda, desde ahora, a verte! 61

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