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Y dejando el cuento vemos que el gitano no iba tan descami– nado. Pues el runrún persiste. Sólo la ignorancia o la mala volun– tad -que de todo hay en la viña del Señor- pueden poner frases semejantes a esas en los labios de muchos. Pues si es cierto que han cambiado mucho las cosas, y tienen que cambiar muchas más, también es más cierto que hay cosas fundamentales que no han cambiado ni cambiarán nunca. Porque son cosas esenciales. Una de ellas son los mandamientos. Los mandamientos, en lo que tienen de esencial, no han cambiado ni cambiarán nunca. Ha podido cambiar la casuística de los mandamientos, mil accidentes añadidos por los hombres o los moralistas al correr de los años: hiedra sobre los muros, pero los muros siguen siendo pilares fun– damentales. Lo que se trata ahora es de liberarlos de la hiedra que tanto mal les puede hacer. La nueva moral que ahora la llaman teología de la existencia cristiana, va justamente a eso. Y apoya toda la existencia del cris– tiano, toda su conducta, en los dictados de su propia conciencia. Aquí es· donde gentes sin conciencia piensan que la moral ahora es jauja. Que e! Concilio ha sido "fenómeno" en este sentido. Y sin saberlo ellos mismos, se están dando cuerda para ahorcarse. Porque el Concilio ha hablado de la conciencia como regla de conducta. Pero se trata, se puede leer en los documentos con– ciliares, de una conciencia rectamente formada, teniendo en cuen– ta: !a Escritura, el Magisterio eclesiástico y las leyes. Total hache Se trata por tanto de concienciar y responsabilizar más al indivi– duo para que obre menos por temor y más por conciencia. Menos mirando al guardia y más mirando a Dios. Cristo, en el evangelio de este domingo -y no es el único lu– gar del Evangelio- dice: "Si me amáis, guardaréis mis manda– mientos". Y "el que acepta mis mandamientos y los guarda ése me ama". A esta luz tenemos que interpretar aquella frase famosa de San Agustín, que ahora tanto se airea: "Ama y haz lo que quie– ras". Porque el que ama cumple los mandamientos de Dios. Pues todas las leyes tienen una faceta de caridad. Por ello, antes de ha– cer afirmaciones rotundas sobre las leyes, sería mejor qua nos tentásemos la ropa y estudiásemos el Evangelio.

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